viernes, 30 de enero de 2009

Palabras que descubro a la segunda

Isabel se sentó al lado de la mesa. Por favor. Había nubes de bichos girando bajo la lámpara de carburo, se hubiera quedado horas mirando la nada y repitiendo: Por favor, por favor. Rema, Rema. Cuánto la quería, y esa voz de tristeza sin fondo, sin razón posible, la voz misma de la tristeza. Por favor. Rema, Rema... Un calor de fiebre le ganaba la cara, un deseo de tirarse a los pies de Rema, de dejarse llevar en brazos por Rema, una voluntad de morirse mirándola y que Rema le tuviera lástima, le pasara los finos dedos frescos por el pelo, por los párpados...

Julio Cortázar, Bestiario

sábado, 24 de enero de 2009

"Ese gesto de secretaria profesional"

Puedo hacer lo que quieras, puedo alcanzarte la vida eterna, el sol en monopolio, puedo tatuarme tu imagen en el cuello, regalarte una flor cada vez que desayunes conmigo, lanzarme a los leones y a los tiburones también. Puedo convertirme en novela y en canción, hasta puedo convertirme en capitán. Trueno, Garfio, incluso en Pedro.

Si tú quisieras algo.

Lloro por las noches de tristeza y de miedo. Se me pone una corbata muy apretada en la garganta. Pobre Liliana. En marzo. Pobre Pola. Os vais a comer sin saber cómo. De repente, como un fideo que se absorbe con ruido. ¡Ay va una pierna! Devoradas por los lobos de vuestras mentiras piadosas.


Y aquí me detengo.


jueves, 15 de enero de 2009

"Y no sabe nada. Es como el peoncito de dama que remata la partida sin sospecharlo"

Su cazadora en la silla, una carpeta roja debajo de una muestra de El País de un martes (tachón) miércoles, estamos a miércoles 14, debajo de un Código Penal usado y medio roto. Tarda un día o día y medio en apareccer, una sombra de color que aparta la silla, mete las piernas bajo la mesa y desplaza el periódico. En su carpeta hay caras, caras grises en distintos planos pero casi siempre primer plano. Un Humphry Bogart, Audrey Hepburn, Marlon Brando, Cary Grant, Marilyn Monroe, Gregory Peck (cómo me gusta Gregory Peck, qué estilo), Katharine Herpburn y por supuesto James Dean fumando. Hay un chico arriba a la izquierda, en la esquina, sonríe y lleva platos sucios en la mano, no sé quién es. Ahora se echa hacia atrás y paro de escribir porque tantos nombres juntos.

Aún no le he visto muy bien la cara porque está tan cerca y tengo que girar tanto los ojos, pero sí sus manos. Es bastante mona, lo digo por la ropa y por el pelo, que algo se intuye, pero sus manos no concuerdan mucho con su estilo, ni uñas pintadas, ni largas, ni anillos. Limpias, bonitas. Muerde el bolígrafo un poco, se rasca la cabeza, se toca la nuca. Consulta un par de veces el Código, sigue echada hacia atrás y veo un collar de bolas de colores.

Me levanto y cuando vuelvo minuto veinte después ya ha cogido el periódico. Tengo algo en el estómago que me sube cuando mira la extensa hoja izquierda y paro de escribir no vaya a. En el lomo de la carpeta tiene un pequeño búho que mira serio y está a punto de escaparse, pero no voy a ser mala y me voy a callar. Tengo un poco de hambre y ella lee tranquila, cómo pasa las hojas, una, ahora otra, otra más, desde la esquinita y con lentitud y el ruidito del periódico y ahora que se toca una oreja. Ya es tarde pero me acabo de fijar en su estuche que es una mariquita gigante donde guarda bolígrafos y subrayadores de colores, imagino. Y ahora ya se cansó y dobló el periódico en dos horizontal, metió su mariquita en el bolso para que no eche a volar, y ésto justo cuando yo me iba. Tuve que hacer que leía o pensaba un rato más porque sino vaya casualidad y tampoco era cuestión.

miércoles, 7 de enero de 2009

El pez de color está tan triste

Llegué al café poco más tarde de la hora del café. Qué digo poco, bastante. Pero era festivo, y los festivos y los domingos siempre se llega más tarde, sea o no astromántico. Eran las cinco y media y estaba semi vacío. Tres mesas. Una de ellas era doble, la de la esquina, y estaba toda llena. Ana R. cogía el avión esa misma tarde y todos querían decirle adiós, nos vemos en verano, Ana, cuando puedas venirte, estamos en contacto. Dos besos. Un abrazo esporádico. Pero la costumbre ya se encarga de borrar éstos últimos, Ana lo sabe muy bien. No se trajo mucha ropa porque luego es un rollo, ya se sabe, con la que te puedan regalar y los tres jerseys y los dos abrigos, ya no cabe nada más. Sería un vuelo directo hasta la ciudad donde nació Cortázar. Volvería, claro que volvería, sana no, sanísima, que me lo decía ella, información de primera mano. Traté de decirle adiós con la mano a través de la ventana, pero ya se había ido y alguien me estaba hablando.

martes, 6 de enero de 2009

Cómo fuma Ana R., qué ganas de alcanzarla

Me descubro colocando mis contraseñas en pantallas gigantes, tirando a la basura las cartas de amor y dejando huellas dactilares en las ventanas de los bares. Se me caen muchas pistas y dejo otras tantas al aire libre. He tenido una comida familiar poco familiar. Después de diez años, una cena de nietas. Algo ya incoherente, para ir con unas copas de más y dejar a tu mejor sonrisa sustituir las peores palabras. Es una aproximación inverosímil, poned debajo de los nombres vuestros números de teléfono. Falseé algún dígito, es que tengo una letra, y unos números, difíciles.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Un tanto contradictorio el eslógan

Ana R. llevaba el pelo recogido de distinta forma que por la mañana. Le ha crecido bastante y me pareció buena señal. Tardé en darme cuenta de su presencia en el café, veía su nuca desde la mesa de atrás.

Gesticulaba mucho con las manos y de vez en cuando sacaba un pañuelo, tenía la nariz un poco roja. Se pasó un buen rato hablando sola con las caras de sus amigas en dirección a la suya. Hizo una pausa, movió la silla. La veía de perfil. Intervino Ana, Ana la dentista. Se miraban y de vez en cuando asentían. Ana R. subió el tono. Abría sus ojos claros y gesticulaba más. Encendió uno de sus Gauloises con su mechero de Nemo, un pececillo que echa fuego por la boca, y tomó un sorbo de café. No sabía qué estaba pasando, pero Ana R. era la protagonista de su mesa. Se fue quedando sola, un poco aposta, un poco sin querer. Se puso el abrigo verde, se colocó su gorro gris entallado y recogió su paraguas. Pagó el café y me miró al pasar. Llevaba dos chapas en la solapa derecha y una mirada que me invitaba a seguirla.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Fuera de tiempo, de tono, de vida


Julia lamiéndose la herida, así como a los buenos amantes, aún sin poder alcanzar grado, aún sin poder comer. Todo en tono purpúereo, violáceo. Las penas se le acumulaban en las mejillas y la hacían bella. Las gafas, sin saber por qué, se le ensuciaban a cada tiempo, a cada minuto como una venganza lenta e insana, accesible a cualquiera que mirase su rostro. Las frases que escuchaba le parecían lejanas y crueles, trataba de esquivarlas, manteniéndose ocupada en contemplar el muñeco de nieve contra la ventana del café. Qué estático. Aún así, lejos y contra voluntad, llegaban a su cerebro, tan pequeño y mimoso en los últimos tiempos. La herían sin querer, sin culpa. Y es lo que más despreciaba, no poder echársela a la cara a nadie. Reprochar es algo muy accesible, y fácil. No encontraba quien escuchara sus palabras manchadas de desprecio disfrazado, sí, pero desprecio. Joder, es duro. Mea culpa, si había alguna. Y qué débil soy, pensaba.