lunes, 30 de octubre de 2006

Divagaciones II

Parezco gilipollas. Abajo, en la biblioteca pasando apuntes. Me senté en una mesa ocupada sólo por dos personas que estaban en la mitad derecha -las mesas de la biblioteca están formadas por dos pegadas- y yo me senté en mi sitio preferido: en la esquina izquierda, de espaldas a la escalera. Aparte de estar sola en toda una mitad (la gente no suele ponerse cerca de mi, creo que les asusta mi pelo), la lucecita que colgaba encima de mi mitad no funcionaba, no tenía el cordel que cuelga, la que si tiras de ella hacia abajo hace un sonoro CLICK. La misma que el año pasado, cuando las estaban instalando y aún no las habían conectado a la red eléctrica, mi amiga Antía y yo nos retábamos a ver quien era la última en tirar del cordelito, haciendo levantar las seis cabezas restantes de nuestra mesa del piso -2, a la que ya no voy.

Me traje de nuevo los auriculares, aunque ya no pueda mirar esa serie, dice que no está subida legalmente, o algo así. Es una pena, estaba realmente enganchada y no se me bajan en ningún programa... El youtube es una buena página, aunque a veces pasen estas cosas... Y en el youtube estoy ahora, con los cascos, escuchando las canciones de mi blog favorito, pero me he olvidado de la dirección y de su nombre, no recuerdo nada, ni siquiera algún título para buscarlo en google, también otra gran página.
Así que me voy ya, que Matías me llamó y le tuve que colgar para no empezar a llorar, con su voz en una oreja y con la canción de turismo de Madrid en otra, mientras mis ojos se pasean por las desorbitadas cantidades que hay que pagar para ir a visitar a un par de amigos y conocer una ciudad que cada vez odio menos...

martes, 24 de octubre de 2006

Cuando las palabras no llegan

Un caso real pero débil se transformó en uno hipotéticamente irreal, hipotéticamente. Pero en un sólo segundo lo transformé en algo real e hiriente, jodidamente hiriente. Tenía que hacerlo algún día y ese odioso día fue hoy. Mis disculpas cargadas de culpabilidad sin causa no sirvieron para nada y sus ojos comenzaron a deshacerse tras el maquillaje...

sábado, 21 de octubre de 2006

El agujero

En el cine recordé sus besos del metro, diferentes a cualquier otro anterior o posterior. Acudieron al rescate del aburrimiento y, de nuevo, los sentí.
La sensación en el estómago volvía, la piel se excitaba y los pelos de la nuca se me erizaban.
Recorrías mi cuello delante de la gente, que en aquel momento no nos importaba. Volvía a ver tu pelo negro y tus ojos marrones, cuando no los mantenías cerrados, que sólo me prestaban atención a mí, a mí... a mí.

jueves, 19 de octubre de 2006

Divagaciones

Vaya coincidencia! Llevo días pensando en la probabilidad que hay de que me toque dos veces el mismo ordenador en el aula de informática de la biblioteca. Que no es la típica biblioteca que uno se imagina fría, con poca luz, paredes grises, grande y con sólo un ocupante por mesa. Es una biblioteca un tanto odiosa, pero también tiene sus cosas buenas; entre ellas cabe destacar los descansos sin moverte del sitio, observando, pero ojo, no criticando.

Y a lo que iba, me ha tocado en el mismo ordenador, aunque ya no lo recuerde, pero sé que es el mismo porque tenía la página de blogspot.com guardada y porque al introducir la ch de chirifi (que es mi nombre de usuario, aunque firme como Mo Cuishle) lo tenía gravado, estaba esperándome. Sí, sé que lo estaba haciendo porque ya van varias ocasiones que entro y me voy sin contarle nada y hoy tocaba...

Hoy llueve, llueve mucho. Más que otros días o eso me parece, tampoco estoy de muy buen hunmor, pero algo mejor que ayer a partir de las nueve y media estoy.

Para mí, el paraguas es un invento temporal, que no temporal de meteorológico; no depende de la estación en la que nos encontremos ni tampoco de si los ángeles lloran o mean, no. Me refiero a que el paraguas es un invento provisional, es imposible que sea un invento acabado. En algún lugar del mundo o del universo hay una serie de investigadores que están en estos precisos momentos, a las 17.56 en Santiago de Compostela, a otras horas en otros sitios, desarrollando lo que en un futuro suplirá el dichoso paraguas. Pero no digo dichoso porque sea alegre, ni mucho menos. Digo dichoso porque estoy harta. Nunca me han gustado y creo que nunca lo harán. Estas dos últimas semanas pensé que mis gustos se habían modificado, luego me di cuenta que no. Que es como una comida que hace tiempo que no pruebas y que pides que te la hagan (o la haces tu) y que, de repente, aparece con bastante frecuencia en tu plato y descubres que no te gusta, pensabas que si porque hacía tiempo que no la saboreabas, nada más. Eso es lo que me pasó a mi con el paraguas. Paraguas negro, prestado, pero que, por usucapión, ya tomé como mio.
Es negro, repito. Lo hago porque, por aquí, en Santiago, las chicas, mujeres, niñas, abuelas... no lo llevan de este color y últimamente me crucé con mucha gente que me miraba mal, sea por el paragüas o por mi cara, aunque prefiero que fuera por el paraguas.

Y ahora me voy a pasar apuntes de penal, mirar los artículos citados en las clases que falté de Civil y leer los de Penal, porque me llama más la atención, como al 70% de los estudiantes de derecho que, ingenuamente, los que quieren ser abogados piensan serlo solamente de lo penal y, aunque parezca mentira en los tiempos de hoy, un abogado no come sólo de lo penal.

jueves, 12 de octubre de 2006

He's my guy

¿Alguna vez has asistido a un musical en un coche? Es de lo mejor. Por el retrovisor se podía ver al actor principal disfrutando de cada sonido que salía de su garganta y sus movimientos se sentían por encima del asiento del copiloto. La música envolvía todo el vehículo de un color amarillo y por la ventana se veían notas de todo tipo: negras, blancas, corcheas... pero ningún silencio, de ningún tipo.

viernes, 6 de octubre de 2006

Aún siento la mejilla dolorida, pero soy feliz

Deslumbrante entró en batalla. Ella la esperaba, impaciente, mordiéndose el esmalte rojo, acunando las rodillas en movimientos rápidos, breves y constantes. Nada más verla, se pusó en pié, saltó y corrió hacia su encuentro con los brazos abiertos y la felicidad marcada por milímetro en su rostro. Un gran salto, una avalancha contra su pecho y unos brazos que la estrechaban con su característica poca fuerza, aunque de repente, la otra ella se replanteaba el significado de "poca".
En dos minutos y medio, a 304 palabras por segundo, le contó cuántas ganas tenía de verla; los sentimientos que ahora bailaban en ella; la espera de 3 horas y cuarenta minutos hasta poder mirarla a los ojos... Y otra vez la volvió a abrazar y no la soltó hasta que se apretaron con todas sus fuerzas, comprobando que eran reales. Y la noche siguió avanzando y ella la siguió abrazando, hasta que se perdieron en brazos ajenos...
Es la única persona que puede dar tantos abrazos en tan poco tiempo, pensó. Y después recibió el mordisco más doloroso que le había dado hasta el momento.