sábado, 1 de diciembre de 2007

Una porción de nostalgia liquidable a corto plazo


Mi dentista se llama Ana. Ana la dentista. La dentista Ana. Ana con la letra redonda y junta, para que no se pierda. Ana con letra preciosa.
Tiene los ojos tan castaños como los míos. Si se enfadaba con mi muela mala, le salían dos pequeñas rayas casi imperceptibles. En sus iris dos rayitas. Ana inclinándose, Ana y ángulos agudos. Se terminan los grados, Ana, y mi garganta. Cuatro pequeños lunares tostados y uno blanco, un copo perdido, su cuello. Y sus primeros ojos en los míos, fusión de colores. La calma de Ana en sus frases dulces "muerde suavemente varias veces ñam, ñam, ñam". Yo obedecía hipnotizada: ñam ñam ñam, tres veces, tres ñam. Y repite, y otra vez, otra vez, muerde, despacio, ñamñamñam, otra vez. Perdida en el abre, aspira, traga, el muerde ñamñamñam de Ana, con cuidado, con cariño. Estaba tan cerca de "las tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin" con truquel y bufanda y Ana que te llevo a casa y no gracias que ya vienen por mí, Ana.
No hubo dolor, pero el frío me hacía apretar los pulgares de las manos, de los pies. Nieve en mi boca, helada, frío invernal, infernal, igloos abandonados... estamos en noviembre aún, que no acabe. Mi mes. Ana pregunta mi edad a alguna hora y cuarenta y nueve, edad exacta de un día 30. Ahora, mi mes, 20. Veinte, veinte, veinte. La sonrisa de Ana. Y volviendo al inicio de los tiempos, me despojó de la coraza que me mantenía en tierra con ciertas dioptrías. Globo a la deriva, no dueño, no esclavo. Asciende sin mirar atrás, se eleva. Y baja el Paraíso. La puerta, la llave del reino, la felicidad y "pensar como querer".
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