miércoles, 7 de enero de 2009

El pez de color está tan triste

Llegué al café poco más tarde de la hora del café. Qué digo poco, bastante. Pero era festivo, y los festivos y los domingos siempre se llega más tarde, sea o no astromántico. Eran las cinco y media y estaba semi vacío. Tres mesas. Una de ellas era doble, la de la esquina, y estaba toda llena. Ana R. cogía el avión esa misma tarde y todos querían decirle adiós, nos vemos en verano, Ana, cuando puedas venirte, estamos en contacto. Dos besos. Un abrazo esporádico. Pero la costumbre ya se encarga de borrar éstos últimos, Ana lo sabe muy bien. No se trajo mucha ropa porque luego es un rollo, ya se sabe, con la que te puedan regalar y los tres jerseys y los dos abrigos, ya no cabe nada más. Sería un vuelo directo hasta la ciudad donde nació Cortázar. Volvería, claro que volvería, sana no, sanísima, que me lo decía ella, información de primera mano. Traté de decirle adiós con la mano a través de la ventana, pero ya se había ido y alguien me estaba hablando.