viernes, 16 de noviembre de 2007

Los solos y el cine

Era miércoles y estaba sola, eran las 10 y no llegaba. La zona vieja es engañosa, pero un tumulto de gente helándose al final de la calle indicaba el lugar. Llegaba a tiempo. Elegí acercarme por un costado a pasitos sigilosos. No fui hacia la puerta, no podría soportar tantos ojos. Llegué al cartel y me quedé a un par de metros, apoyada contra la pared, manos en los bolsillos y frío en la cara. Todo alrededor grupos y parejas. Esperé en mi rincón, cambiando la mirada cada vez que me cruzaba con otra, no me atrevía ni a prender el encendedor. Los minutos pasaban y las puertas seguían cerradas.
Era mucho más de media noche cuando eché la papeleta y comencé a andar. Esta vez no tenía prisa, ningún asiento solitario en última fila. Y fue cuando comenzó a surgir una historia en mi mente que no sería capaz de reproducir, como mis últimos sueños o las cartas a Quim Monzó. Me encendía un cigarro y comenzaba a sentir el frío y la noche, despacio y en pequeño.

(Los créditos unen a todos los solos del teatro)