miércoles, 24 de enero de 2007

Arlène

Hacía unos minutos que se había cortado las uñas. Se las había cortado con saciedad, traspasando el límite a partir del cual se empieza a sentir dolor, en ese límite tras el que diez corazones más comienzan a latir en la punta de los diez dedos.
Pero ahora, sus dedos de la mano derecha ya no latían. La calle era larga y el problema de aparcamiento enorme, por eso, en los siguientes minutos, no los sentiría, con su consiguiente prolongación, pues la escarcha de los coches, en las primeras luces del día, resistía con dignidad y valor.
Su mano izquierda poco le importaba, su cigarrillo seguía los vaivenes de ésta, acompañándose de un rastro de humo.
Los rizos que le caían sobre sus hombros acompasaban su tristeza y unas tímidas lagrimillas comenzaron a ascender, porque ella lloraba hacia arriba... y en silencio.