sábado, 4 de octubre de 2008

De cómo Babis enferma










Babis era enfermera en este hospital antes que enferma de este hospital. Todo comenzó un día como otro cualquiera en el que ella entraba en el hospital a trabajar (aunque en realidad todo ya había comenzado muchísimo más atrás, y ella lo intuía de alguna forma). Ese día, el día cualquiera que Babis comenzaba una nueva jornada laboral, pero que pasó a convertirse en el día del comienzo, Babis servía el desayuno. Y justo, justo cuando Babis sonreía a Don Gabriel, después de un comentario ingenioso de éste respecto a los desayunos de hospital, justo en ese momento, Babis notó un pinchazo. No voy a decir en el corazón porque Babis tenía tal conocimiento del cuerpo humano, que sabía que ello no era posible, por tanto he de decir que Babis, en ese justo momento en que su sonrisa abría los ojos azules de Don Gabriel, habitación 505, notó como un pinchazo en un lugar incierto de su alma, porque Babis, aparte de enfermera, era consciente de que algo más existía en el cuerpo humano que eso que ella había leído y visto.

Ese pinchazo la preocupó un poco, y se dijo que profundizaría sobre ello en el primer café del descanso, y continuó con su trabajo porque Babis, además de adicta el café, era una enfermera eficiente. Poco después, cuando el momento del comienzo se acercaba, Babis pestañeaba mientras sonreía a Laura, que entraba a trabajar, y a la vez llevaba su mano izquierda al pomo de la habitación 509. Y, también en ese mismo instante en el que Babis pestañeaba mientras sonreía y llevaba su mano izquierda al pomo de la puerta, recordó una canción con ese mismo número de habitación, pero todo fue tan rápido que Babis sólo pudo seguir en el movimiento que su mano izquierda había iniciado con la habitación 509.

Y eso fue lo que la trajo aquí, ese movimiento que abre puertas, a este hospital en condición de enferma muy enferma, en el que Babis reposa herida de muerte y, aunque Babis lo intuye, sigue imaginando un resfriado algo serio, con más de cuarenta grados y esas cosas que, al final, no son nada.

Se desataba así, con ese movimiento de muñeca que gira pomos, el momento exacto del comienzo. En él estaban involucradas dos personas: la enfermera Babis, aún sonriendo y con el desayuno especial para la habitación 509: en el pulgar el zumo, el índice para la leche, luego el corazón lleno de cereales, el anular con las tostadas y en el meñique la mantequilla; y la propia paciente de la 509, cuyo nombre nadie recuerda, pero todos intuyen. Tampoco se sabe cómo había llegado ese rifle semi automático a sus manos, en cambio, sobre el por qué había varias hipótesis, sobre todo entre enfermeros y pacientes, pues los doctores son más reticentes a dejarse llevar por la imaginación. Como ejemplo, la hipótesis de Laura, la primera que acudió a mancharse las manos de la sangre de Babis, dada su proximidad física a la escena del momento exacto, pues poco antes le había dicho lo guapa que estaba con el desayuno en la mano derecha. Jura Laura un romance entre paciente y enfermera, cosa que desmiente fervientemente el doctor Ramos, íntimo amigo de Babis, pero lo que sí es cierto es que pacientes, doctores y enfermeros están volcados en Babis enferma que, vaya casualidad, ocupa la habitación 509, junto con su imaginario resfriado y la presencia de una paciente muy especial con la que comparte habitación y un romance apasionado y secreto a media noche.