sábado, 23 de agosto de 2008

Cuando escribí esto, aún no había mirado debajo de la almohada

Se han cumplido mis ruegos de medianoche: “Frío polar, frío polar, frío polar”. Con los ojos cerrados tan fuerte, con los puños apretando sábanas y los dientes mordiéndose. “Frío polar, frío polar, frío polar”. Los tobillos enroscados, las nalgas prietas, el ombligo cerrado. “Frío polar, frío polar, frío polar”.



Me he despertado con copos en las mejillas. Un muñeco de nieve me había preparado el desayuno como agradecimiento a mis ruegos horizontales, se llamaba Gerard. Le besé en la zanahoria y me regaló su sombrero de copa.

El cielo estaba lleno de ángeles sin plumas. Ascendían y ascendían hasta perderse allá arriba. Los árboles habían pelado y los trineos sobrevolaban las aceras.

Era nieve lo que veía. En las miradas infinitas, en las miradas perdidas veía nieve por todas partes, por eso las pupilas se me agrisaban tanto tanto. Nieve cubriendo las copas de los árboles, nieve cayéndose al mar, nieve en las canciones sin acabar y nieve en tu boca.