viernes, 6 de octubre de 2006

Aún siento la mejilla dolorida, pero soy feliz

Deslumbrante entró en batalla. Ella la esperaba, impaciente, mordiéndose el esmalte rojo, acunando las rodillas en movimientos rápidos, breves y constantes. Nada más verla, se pusó en pié, saltó y corrió hacia su encuentro con los brazos abiertos y la felicidad marcada por milímetro en su rostro. Un gran salto, una avalancha contra su pecho y unos brazos que la estrechaban con su característica poca fuerza, aunque de repente, la otra ella se replanteaba el significado de "poca".
En dos minutos y medio, a 304 palabras por segundo, le contó cuántas ganas tenía de verla; los sentimientos que ahora bailaban en ella; la espera de 3 horas y cuarenta minutos hasta poder mirarla a los ojos... Y otra vez la volvió a abrazar y no la soltó hasta que se apretaron con todas sus fuerzas, comprobando que eran reales. Y la noche siguió avanzando y ella la siguió abrazando, hasta que se perdieron en brazos ajenos...
Es la única persona que puede dar tantos abrazos en tan poco tiempo, pensó. Y después recibió el mordisco más doloroso que le había dado hasta el momento.