martes, 11 de abril de 2006

Ciutat

La ciudad se extiende ante mi. Es temprano y no puedo dormir. Decido irme sola por mi ciudad de ensueño. 8.30 marca el reloj, tengo cuatro horas. Empiezo, aunque mi orientación es nula en cualquier lugar, pienso que con las 18 veces que llevo viniendo a esta ciudad, podré controlar un poco y, en cualquier caso, si no lo hago, tengo el móvil en el bolsillo.
Carrer del Bruc, Aragó , Pau Clarís... las calles pasan a mi lado. Y, tras unos minutos, veo mi edificio favorito: la casa Batlló ilumina Barcelona, una Barcelona espaciosa a esas horas de la mañana. Me siento en el banco de enfrente y la observo hasta que decido continuar mi camino. Plaça Catalunya, alimento a las palomas por un euro en cualquier carrito de esa misma plaza y sigo. Ramblas: puestos diversos, turistas, olor a Barcelona y una sonrisa en mi cara. Colón apunta con su dedo en dirección contraria y decido dar media vuelta, aunque aún no me atrevo a meterme por el Raval después de mi última estancia allí, coincidiendo con mi primer atraco. Vuelvo sobre mis pasos y me dirijo hacia Pelayo y de allí a Tallers.
Mi avi y mi padre desayunan rosca con la mona de chocolate que le sobró a mi hermana. Entonces, sacan fotos en blanco y negro y mi padre comienza a evadirse en un mundo de nombres y caras, intentando un poco en vano, que entre en sus recuerdos lejanos de personas desconocidas para mí. Vuelve a su mundo y nos vamos a pasear los dos.
Padre e hija en una ciudad que trae muchos recuerdos, aunque más a uno que a otro. Es una bonita estampa. Nos vamos al barrio gótico y nos perdemos en la catedral y en sus calles y plazas adyacentes. Y me explica el significado de cada pared acribillada de balazos provenientes de la guerra civil y, después de una hora, volvemos a una realidad de tiendas y zapatos.