viernes, 12 de septiembre de 2008

Qué tonta, qué grandísima boba


Y la Polita lamiéndome las orejas, acariciándome la espalda y el pelo, diciéndome “Pobre chiquilina, no llorés más, calmate”. Como si yo pudiera parar de llorar así porque sí. Las chiquilinas no obedecen frases imperativas. Son inocentemente tercas, no hay manera, che. Ya se calmarán ellas solas con un perfume nuevo o un globo azul. Son terribles pero hermosas. “Ma petite tristesse, ne pleures pas”. Con su francés suave, tierno e ininteligible acabaría llorando a despecho. Inundando almohada, colchón, suelo allá abajo. El agua salada me dormirá como a una chiquilina monina, con sollozos a intervalos, con movimientos de hombros y omóplatos.