sábado, 2 de junio de 2007

Duerme enfrente de mi puerta entreabierta, por favor


Cuando me canso, acerca su boca a mi cuerpo, incitándome, aunque sea por pura monotonía, a seguir su deseo: quiero que me acaricies más, y más, y más, y más... y si no, lloro. Por eso sigo acariciando... entre otras cosas.

Sabe lo mucho que el verbo querer significa para mí, para ambos, y se aprovecha de ello. Lo sabemos, aunque haga que no se entera. Cuando pone morritos me deshago en agua, arena, sal y espuma, según la hora o todo a la vez. También le saca partido a ésta debilidad.

Al final me he tenido que hacer la dura: me voy; no más. Se ha ido antes que yo, como siempre que intento que el abandono corroa su poco estómago, en lugar del mío, tan acostumbrado a encajar.

Sin intentar cerrarla, me dejé otra puerta abierta y se coló. Con voz dura le he tenido que echar: ¡FUERA!
Justo antes de cerrar su encuentro, se giró, me miró y se vengó escondiendo un mechón de su cabellera dorada que inundará mis entrañas hasta el próximo encuentro.