Te subes el pantalón, pero antes de subirlo del todo, tiras de la cisterna. Sigues subiéndolo, te abrochas el botón juntando las rodillas, después la cremallera y acabas apretando el cinturón. Te agachas sin doblar las rodillas (notas como tira un poco) y recoges el libro del suelo. Te miras al espejo, separas los pelos que se juntan en la frente y recorres la melena con los dedos, deshaciendo o dejando nudos imposibles. Te acercas y te subes las gafas con las que llevas cinco días seguidos y que ya te molestan y pesan en la nariz. Miras tu ojo a pocos centímetros y sólo descubres una molécula de legaña acechando, así que decides dejar las gotas para más tarde. Corres el pestillo, abres la puerta y apagas la luz. Te diriges a tu habitación y dejas el libro en la cama. Sales y vas al otro cuarto de baño. Enciendes la luz, arrimas la puerta y coges tu cepillo de dientes al que le sacas la tapa y descorchas la pasta. La retuerces sobre sí misma de forma horizontal y al final aprietas. Echas la pasta verde en el cepillo y enroscas la tapa de nuevo, quedando como un caracol sin antenas. Abres el agua fría, enjuagas el cepillo y cierras la villa. Pones los labios en forma de "O" exagerada y comienzas por el lado derecho, pasando al izquierdo y de ahí a las muelas superiores e inferiores, escupes porque tienes demasiada pasta en la boca y sigues con los incisivos y compañía de arriba a abajo. Otro repaso más general. Listo. Abres de nuevo el agua fría, enjuagas el cepillo y lo sacudes. Escupes, te apartas el pelo y tomas agua, enjuagas un par de veces y otra vez más el cepillo, que sacudes y guardas. Te secas a la toalla azul colgada de la puerta y apagas la luz. Vas a tu habitación, cierras la puerta para no escuchar los disparos de las habitaciones contiguas y coges el libro que habías dejado encima de la cama. Lo llevas hasta la mesa y te vas a la estantería de la derecha a por un sólo folio. Lo colocas enfrente del libro y a la derecha del otro que tanto te interesa, donde ahora descansa el estuche. Divisas tu bandolera, pasas por delante de la minicadena apagada y abres los cierres metálicos que tintinean al caminar. Corres la cremallera y extraes el estuche verde de Ibiza que tantos años tiene. Mientras te diriges de nuevo a tu mesa (que más bien es una tabla encima de dos caballetes) lo lanzas al aire dando medias volteretas antes de volver a caer en tus manos. Lo abres y sacas tu pilot negro, lo destapas y comienzas a pensar desde dónde escribir.
jueves, 22 de marzo de 2007
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