jueves, 22 de marzo de 2007

Sobre tres minutos en mivida después de comer

Te subes el pantalón, pero antes de subirlo del todo, tiras de la cisterna. Sigues subiéndolo, te abrochas el botón juntando las rodillas, después la cremallera y acabas apretando el cinturón. Te agachas sin doblar las rodillas (notas como tira un poco) y recoges el libro del suelo. Te miras al espejo, separas los pelos que se juntan en la frente y recorres la melena con los dedos, deshaciendo o dejando nudos imposibles. Te acercas y te subes las gafas con las que llevas cinco días seguidos y que ya te molestan y pesan en la nariz. Miras tu ojo a pocos centímetros y sólo descubres una molécula de legaña acechando, así que decides dejar las gotas para más tarde. Corres el pestillo, abres la puerta y apagas la luz. Te diriges a tu habitación y dejas el libro en la cama. Sales y vas al otro cuarto de baño. Enciendes la luz, arrimas la puerta y coges tu cepillo de dientes al que le sacas la tapa y descorchas la pasta. La retuerces sobre sí misma de forma horizontal y al final aprietas. Echas la pasta verde en el cepillo y enroscas la tapa de nuevo, quedando como un caracol sin antenas. Abres el agua fría, enjuagas el cepillo y cierras la villa. Pones los labios en forma de "O" exagerada y comienzas por el lado derecho, pasando al izquierdo y de ahí a las muelas superiores e inferiores, escupes porque tienes demasiada pasta en la boca y sigues con los incisivos y compañía de arriba a abajo. Otro repaso más general. Listo. Abres de nuevo el agua fría, enjuagas el cepillo y lo sacudes. Escupes, te apartas el pelo y tomas agua, enjuagas un par de veces y otra vez más el cepillo, que sacudes y guardas. Te secas a la toalla azul colgada de la puerta y apagas la luz. Vas a tu habitación, cierras la puerta para no escuchar los disparos de las habitaciones contiguas y coges el libro que habías dejado encima de la cama. Lo llevas hasta la mesa y te vas a la estantería de la derecha a por un sólo folio. Lo colocas enfrente del libro y a la derecha del otro que tanto te interesa, donde ahora descansa el estuche. Divisas tu bandolera, pasas por delante de la minicadena apagada y abres los cierres metálicos que tintinean al caminar. Corres la cremallera y extraes el estuche verde de Ibiza que tantos años tiene. Mientras te diriges de nuevo a tu mesa (que más bien es una tabla encima de dos caballetes) lo lanzas al aire dando medias volteretas antes de volver a caer en tus manos. Lo abres y sacas tu pilot negro, lo destapas y comienzas a pensar desde dónde escribir.